Desde que vivo aquí, me enfrento a las eternas preguntas: ¿Por qué Berlín? ¿Qué te trajo a este destino? ¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad? ¿Te quedas? Para contestar a estas cuestiones de forma airosa e intentando no ahondar demasiado en historias personales (en realidad, todas lo son), aprendí con la experiencia a dar unas respuestas estereotipadas que tratan de dejar satisfechas a los y las interlocutoras, dependiendo de la ocasión.
Vine por amor. Esa es la contestación más aplaudida. Aunque después aparecen las miradas inquisitivas queriendo saber si la historia amorosa perdura o es agua pasada. Vine por cuestiones laborales. Entonces viene el clásico a qué te dedicas. Vine arrastrada por la crisis. Ese es el motivo que muchos quieren oír. Estos años atrás me han preguntado insistentemente, casi en tono afirmativo, si había emigrado por la coyuntura económica de mi país de origen. Al principio, la pregunta me incomodaba, pero terminé contando que la falta de oportunidades y el descalabro financiero me habían forzado a migrar. La verdad de todas esas respuestas es tan ficticia como son todas las verdades. Es tan frágil como los veranos aquí.
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